viernes, 8 de octubre de 2010

Objeto de transición (I)


En Psicosan queremos iniciar una nueva etapa profesional y vital y hemos pensado que nada mejor para comenzar con buen pie y seguridad que utilizar los objetos de transición. De hecho, podríamos considerar este blog como uno de ellos, que nos ayude a avanzar en el nuevo camino con seguridad y paso firme.
Todos tuvimos o conocemos a alguien que se apegara a una manta o a un peluche para dormir, objetos prácticamente con vida para quien los utiliza y siempre con nombre, objetos que durante la inicial de los pequeños se convierten en parte de la familia. Estos son los objetos de transición, también conocidos como objetos de consuelo.
El mundo del bebé es muy diferente al de los adultos. Está anclado a la presencia inmediata de otras personas, principalmente la madre, con la que establece una relación de apego en el momento de nacer. Su relación con el espacio y el tiempo no va más allá de los momentos precisos y determinados en los que vive, digamos que está pegado al momento. Por tanto, cuando una figura de apego desaparece, simplemente sale de la habitación o el bebé deja de tener contacto perceptivo con ella, crea una situación de inseguridad; el bebé no sabe si su figura de apego, la que le relaciona con el mundo exterior va a volver, no hay constancia de objeto.
En este momento adquiere su importancia el objeto de transición, es un elemento que une al bebé y al niño un poco mayor a su figura de apego que le proporciona protección y seguridad. Es una prolongación del vínculo del bebé con el mundo que conoce y en el que siente seguro. Según la concepción de Winnicott, el ser humano tiene la posibilidad de transitar desde la dependencia absoluta del medio ambiente a una independencia relativa, desde la subjetividad total no organizada a un mundo compartido. Esto implica que en el recorrido se deberá aceptar la existencia de un mundo que no sea el propio yo, es decir, el mundo no-yo.

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